Cualquier víctima de violencia sexual va a sufrir daño físico y psicológico.
El daño físico, además del propio acto, tiene que ver con el intento de la víctima de defenderse y del agresor por vencer la resistencia de la víctima.
El daño psicológico abarca tanto las lesiones psíquicas como las secuelas emocionales.
Las lesiones psíquicas hacen referencia a la alteración clínica que sufre la víctima como consecuencia de la agresión y que le incapacita para hacer frente a las demandas de su vida cotidiana. Cuando las lesiones se estabilizan y no remiten con el tiempo le llamamos secuelas emocionales.
Dando apoyo psicológico a las víctimas intentamos que las lesiones remitan y no deriven en secuelas emocionales y que la mujer víctima pueda hacerse cargo de su vida.
Vulnerabilidad de las víctimas. Hay víctimas más vulnerables a sufrir trauma dependiendo de su equilibrio emocional previo. La estabilidad emocional es la mediadora entre el acto violento y las consecuencias psicológicas y emocionales de la víctima. Personas con ansiedad, depresión, mal adaptadas a su vida cotidiana, con alguna enfermedad, mala relación de pareja, pocos recursos de afrontamiento, escaso apoyo familiar y social son más propensas a sufrir daño psíquico. El propio sistema policial y judicial, en su forma de proceder, puede agravar las consecuencias.
Daño psicológico. La magnitud del daño psicológico tiene que ver con la gravedad del hecho traumático, el nivel de violencia asociado al mismo, la reacción del entorno social y familiar y con la estabilidad emocional previa de la víctima.
La primera reacción es de humillación y vergüenza, sobre todo cuando el agresor es conocido o la agresión se produce dentro de una relación de pareja. En los días inmediatos al acto agresivo lo más probable es que haya alteraciones del apetito y del sueño, pesadillas, miedo, ansiedad, desconfianza, retraimiento, necesidad de aislamiento, etc. A la víctima le cuesta retomar su vida diaria. Con el paso de los días podrá evolucionar hacia una depresión, pérdida de autoestima, alteraciones en la conducta sexual, reacciones de alerta, irritabilidad, desconfianza en las relaciones sociales y crisis de ansiedad ante determinados estímulos.
Las lesiones psicológicas más comunes tiene que ver con trastornos relacionados con el estrés y la ansiedad, fobias, dificultades en su conducta sexual posterior (por ejemplo: aversión al sexo, falta de deseo o de satisfacción sexual) y en las relaciones sociales.
Las víctimas pueden sufrir el llamado trastorno por estrés postraumático (TEPT). Este trastorno es una de las secuelas psicológicas más comunes en víctimas de violencia sexual. El TEPT se produce en personas que han sido expuestas a una situación altamente estresante en las que sienten que su vida corre peligro o hay una grave amenaza en su integridad física (atentados terroristas, guerras, agresiones violentas, bulling, desastres medioambientales, etc.).
Sobre este trastorno he escrito en la entrada de blog de agosto de 2019, al que puedes acceder pinchando en este link: Estrés y estrés postraumático
El sentimiento de culpa diferencia a las víctimas de las agresiones sexuales de otros delitos violentos: por no haberse percatado de la situación de riesgo; por no haberse defendido de forma más enérgica; por el sufrimiento que su situación causa a las personas cercanas, etc. A esto contribuye la sociedad en general, que reprocha a la mujer una conducta imprudente, cuando no provocadora; el honbre puede comportarse como quiera pero a la mujer se le cuestiona en su forma de vestir, en su estilo de vida, en la promiscuidad sexual, etc.
El apoyo familiar y social favorece la incorporación de la víctima a su vida cotidiana a todos los niveles (trabajo, familia, actividades, amistades, etc.). Es adecuado mostrarse disponible para lo que necesiten, que puedan hablar si lo desean o acompañarlas en silencio si es lo que prefieren, pero no es adecuado en ningún caso una actitud sobreprotectora.