Existe un cuento corto que, a mi entender, refleja muy bien la labor del psicoterapeuta
"Un anciano padre muere, legando sus diecisiete camellos a sus tres hijos: el primero recibirá la mitad; el segundo un tercio y el tercero una novena parte. Los tres hermanos no saben como hacer el reparto. Pasó por allí un sabio que además era pobre, pues sólo poseía un camello, y decidieron pedirle ayuda para resolver el problema. El sabio no dijo nada, simplemente les dio un camello para añadirlo a los que ya tenían. A partir de ese momento todo resultó sencillo: el hijo mayor recibió nueve camellos, la mitad de los dieciocho camellos que ahora tenían; el segundo hijo recibió seis camellos, un tercio del total; y el hijo pequeño la novena parte, es decir, dos camellos. Al finalizar el reparto vieron que sobraba un camello, se lo devolvieron al sabio, y cada uno siguió su camino. El camello del sabio fue imprescindible en un momento determinado, después dejó de ser necesario"
En mi forma de entender la terapia psicológica, el terapeuta no da consejos, no da soluciones, no dice qué hacer. No existen soluciones mágicas, ni soluciones buenas o malas, no hay juicios de valor. Cada persona es diferente en su forma de ver la vida, de entender los acontecimientos, ha tenido experiencias de vida diferente, dispone de una serie de recursos y de limitaciones o dificultades para poner en marcha sus recursos. Como la persona del cuento, la terapia aporta algo nuevo al usuario y, con ese material, la solución adecuada para la persona se va abriendo paso. Facilitamos que cada persona llegue a sus propias conclusiones y encuentre sus soluciones.
Nuestras experiencias de vida nos han enseñado qué podemos hacer y qué no. Es parte de la educación y la socialización y esto, aunque fue bueno para introducirnos en el conocimiento del mundo, no es una verdad en sí misma. Existen familias en las que no se permite determinadas expresiones, por ejemplo el enfado o la tristeza y cada uno aprende a lidiar con esos sentimientos a su manera. Las emociones son una forma de expresión de cómo nos afecta el entorno, pero no siempre han sido toleradas o bien recibidas y aprendemos a ocultarlas. Con el tiempo llegamos a no sentirlas, a no ser conscientes de ellas pero, aunque no seamos conscientes, no desaparecen y la forma en la que lo resolvemos suele hacernos daños. En lugar de reconocerlas, aceptarlas y afrontarlas aprendemos que "no debemos" sentirnos así. Las emociones son la brújula con la que nos movemos por el mundo, si las negamos perdemos nuestra referencia.
Una infancia sobreprotegida da lugar a personas que no saben tomar decisiones por sí mismas, ni saben qué es mejor para ellas, debido a que, como nunca han tenido que hacerlo porque siempre han decidido por ellos/as, han perdido sus propias referencias. Cuando los padres dejen de cumplir ese papel, buscarán sustitutos en su pareja, en un amigo/a, etc. También intentarán, durante la terapia, que él/la terapeuta tome decisiones por ellos/as. El/la terapeuta puede sentirse cómodo/a en esa posición, pero su responsabilidad en el proceso debe hacerle ver que eso no fomenta la autonomía de una persona y, poco a poco, ir facilitando que tome las riendas de su vida. Esto no significa que no pueda dar sugerencias o abrir alternativas, pero fomentando siempre la posibilidad de crítica y oposición por parte del usuario y apoyarle en que tenga juicio propio. Una cosa es dejarse aconsejar pasando el consejo por un filtro personal y otra dejar que los demás tomen decisiones por uno.
No todas las decisiones que tomamos nos llevan al objetivo esperado pero, en cualquier caso, son experiencias que podemos utilizar en el futuro. Cuando aprendimos a caminar nos caímos muchas veces, pero no por ello dejamos de intentarlo y conseguimos hacerlo. Cuando no logramos el resultado deseado, quizá la elección no ha sido la adecuada o quizá ha sido el momento inadecuado. Siempre podemos intentar otras formas de hacer las cosas. Es muy común tener la idea fija de qué debemos hacer y, si no funciona, repetir y repetir, incluso aumentando la intensidad. Lo que hacemos es agravar el problema. Cuando una persona empieza a tomar decisiones, aumenta la confianza en su capacidad y en su propio criterio, su realidad se convierte en algo al alcance y no algo que le sobrepasa y, como consecuencia, aumenta la autoestima.
Cualquier elección supone una renuncia, decidimos lo que mejor nos parece en el momento actual pero no es posible conocer el resultado de antemano. Equivocarse no es malo, la frustración es necesaria para la maduración de la personalidad y nos permite ir adquiriendo criterios propios.
En todo intento de cambio existen dos impulsos que, pueden parecer contradictorios. Existe un deseo de cambio y a la vez miedo de cómo serán las cosas después. La frustración ante la vida, las situaciones o las relaciones nos impulsa a movilizarnos para el cambio y, cuando este impulso es fuerte, tropezamos con el miedo, nos paramos y de nuevo nos sentimos frustrados. Es un movimiento cíclico que nos mantiene en la misma situación. Podemos sentirnos insatisfechos, pero sabemos manejarnos en la misma insatisfacción. Buscamos la manera de que nos duela menos, nos resignamos y, con el tiempo, la insatisfacción se convierte en crónica.
En terapia tratamos de activar el conflicto entre miedo y deseo: apoyamos el deseo de avanzar, de dar un paso en una nueva dirección, a la vez que damos soporte al miedo. Nadie da un paso adelante si cree que se va a despeñar, acertaremos o no, pero si no tenemos la confianza o la fe en que saldremos airosos, no lo intentaremos.