Durante este tiempo de pandemia nuestra vida diaria se paró de golpe. En nuestro día a día nos dedicamos a muchas cosas todo el tiempo, nos llenamos de ocupaciones para distanciarnos de nuestros sentimientos incómodos de inseguridad, soledad, ansiedad, tristeza.
Durante el confinamiento no podemos echar mano de los mecanismos de protección habituales. La ausencia de contacto, el silencio, la incertidumbre, el aburrimiento nos hace mirar hacia dentro. La propia situación nos pone en contacto con experiencias pasadas de peligro, soledad, abandono, vulnerabilidad. La forma de reaccionar de cada persona dependerá de sus experiencias previas, de forma que se verán más afectadas aquellas personas que hayan vivido en el pasado situaciones parecidas que no hayan podido elaborar, porque sus mecanismos de afrontamiento estarán dañados y su resiliencia disminuida. Lo que marca la diferencia en los efectos que tenga una situación estresante es la existencia o no de un entorno empático, la presencia de alguien que nos acompañe, nos escuche, comprenda, acoja y dé importancia a lo que nos pasa.
Para que un acontecimiento se defina como estresante ha de cumplir unas condiciones. La primera es que sea inevitable, que no podamos huir de la situación; la segunda que la intensidad del acontecimiento exceda nuestra capacidad de respuesta, esto es, que no podamos dar salida a la experiencia física y emocional y ésta quede bloqueada, porque se convertirá en una experiencia traumática que daña la resiliencia.
En el momento actual hay muchos colectivos sometidos a un alto nivel de estrés: personal sanitario, personas de alto riesgo, familiares de enfermos, personal de seguridad, de servicios mínimos, de funerarias. Están desbordados pero deben continuar, no hay tiempo de elaborar la situación y obtener un equilibrio. Estas experiencias no desaparecen, quedan bloqueadas, "encerradas" en el cuerpo y aparecerán más adelante, cuando la presión afloje. Incluso las personas que no están en primera línea de atención tienen miedo a contagiarse, a contagiar a otros, a la muerte propia y de sus familiares o amigos, a la pérdida económica. Las seguridades en las que nos apoyábamos hasta ahora se tambalean y nos sitúan en una incertidumbre de la que no podemos escapar.