Hoy en día, la separación de una pareja y la formación de otra nueva están a la orden del día. La ruptura es un proceso complicado que entraña mucho sufrimiento. En algunos casos la relación continúa siendo cordial, pero en otros es difícil y, si por ellos fuera, perderían el contacto, de modo que los hijos e hijas se convierten en el único nexo común. En beneficio de éstos/as, y para favorecer su bienestar y desarrollo, es importante que los progenitores mantengan una relación mínima imprescindible para coordinarse en cuanto a normas y principios educativos coherentes.
Muchas parejas piensan que es mejor continuar la convivencia en beneficio de sus hijos e hijas. Éstos quieren a su madre y a su padre y no cabe duda de que quiere verlos juntos y en armonía. La decisión de una separación les afecta, claro que sí, por varios aspectos: primero porque las rutinas les hacen sentir seguros y tranquilos, así que los cambios les cuestan, y este es un cambio grande que le provoca temor; en segundo lugar porque pueden sentirse responsables de la ruptura; en tercer lugar, temen perder el amor, el cuidado y la atención del progenitor que se va de casa.
Los conflictos son sanos y es bueno que los hijos e hijas aprendan a vivirlos y afrontarlos como parte de cualquier relación, pero cuando toman forma a través de gritos, insultos y descalificaciones, les hace más daño que una separación. Cuando la convivencia se vuelve turbulenta puede ser más perjudicial intentar mantener la familia unida a toda costa, porque no podemos olvidar que los niños y niñas están aprendiendo qué es una relación de pareja y qué es una relación de afecto a través de lo que viven en casa.
Cuando intentamos que no se enteren de la situación y nos esforzamos por normalizarla agravamos el problema. Por supuesto que se dan cuenta de que pasa algo y serio y, si no les damos las explicaciones oportunas, lo vivencian con mucho miedo. Los cambios, aunque les cueste aceptarlos, no son en sí mismo buenos ni malos. Lo que marcará la diferencia tiene que ver con la forma en que les ayudemos en esta situación. Si nos centramos demasiado en nuestro dolor podemos minimizar la importancia de lo que ellos viven y, puesto que se dan cuenta de que sufrimos, intentarán no añadir más dolor a la situación y vivirán esa etapa en soledad.
Es muy importante cuidar el modo en que le transmitimos la decisión. Lo ideal es comunicársela conjuntamente dándoles la información adecuada, contestando sus preguntas, y permitiéndole expresar sus dudas, emociones, pensamientos y miedos. Tenemos que pensar que para los adultos la decisión ha sido madurada en el tiempo, pero a ellos/as se la damos como algo cerrado y definitivo, sin un proceso que les permita elaborarla. Los adultos identificamos la familia con el hogar, esto es, el lugar y las personas con las que convivimos, pero en el caso de las niñas y niños el cambio es más complejo: no se trata de sustituir un hogar por otro, ahora comparten dos hogares, el que forma cada uno de sus progenitores.
¿Qué necesitan de nosotros? Necesitan sentir que no están al margen de la situación; que pueden hablar porque nos interesa su opinión y cómo se sienten con los cambios; que van a ser escuchados para poder hacer las preguntas que necesiten y mostrar sus miedos y reservas; que les vamos a orientar acerca de cómo comportarse en una situación como la que están viviendo; que van a seguir contando con el amor y la atención de los dos progenitores. En definitiva, necesitan saber que NOS COMPROMETEMOS CON SU FELICIDAD.
¿Cómo podemos facilitar todo esto? Manteniendo con el otro progenitor una relación, amistosa si se puede, y al menos cordial. Tenemos que tener en cuenta que es una de las personas más importantes para nuestro hijo/a. Además, como ya he señalado, los niños y niñas necesitan normas estables y claras que les ayuden a marcar los límites y crecer seguros y, viviendo ahora en dos hogares, puede que estas normas sean diferentes. Si no son excesivamente dispares no supondrá gran problema porque los niños/as tienen una gran capacidad para adaptarse a ambientes diferentes, pero es fundamental que tengan una cierta coherencia, y para ello, es básica una comunicación fluida y actitud colaborativa entre los dos hogares.