Comprendió que también el odio puede ser una manifestación de vitalidad.
Juan Manuel de Prada "El séptimo velo"
En términos generales y en mi opinión, la sociedad da apoyo a nuestra vida intelectual, nos empuja a ser sensatos, racionales, equilibrados, pero no nos apoya con la misma intensidad cuando se refiere a nuestra vida sensorial y afectiva. A mi modo de entender, cuando decimos que alguien "tiene personalidad" se suele valorar como algo positivo: alguien que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo, que tiene fuerza de voluntad, seguro de sí mismo, que no se deja arrastrar por la variabilidad emocional, etc. Al contrario, cuando a alguien lo calificamos de emocional suele ser equivalente a blando, débil y voluble, sin "ideas claras y firmes", vulnerable. Como consecuencia, en psicoterapia suelo dar más espacio al aspecto emocional y afectivo de la persona para ampliar la conciencia de las necesidades, deseos y sentimientos.
Pues bien, yo creo que somos razón y emoción. Las emociones nos informan del significado que el mundo, las cosas, las personas, los comportamientos, en definitiva, cualquier aspecto del entorno significa para nosotros, una información muy valiosa de la que no debemos prescindir.
Sin emociones no podríamos hacer una elección entre alternativas, no tendríamos empatía, nos faltaría tacto en las relaciones sociales, no podríamos resolver problemas simples, nos faltaría motivación para cualquier tarea o interés en las relaciones. Por lo tanto son útiles y necesarias.
Distinto es qué hacemos con ellas y aquí hace su entrada la razón. Crecemos con poca información sobre cómo gestionar las emociones y cuando sentimos algo incómodo, si además nos lleva a comportamientos dañinos con nosotros mismos y con los demás, les llamamos "emociones negativas". Yo creo que todas son buenas, lo que nos falta son medios adecuados para expresarlas.
Sentir odio no es agradable, pero no es malo. Nos informa de que hay alguien con posibilidad de hacernos daño y al que tememos. Una vez que tenemos esa información podemos decidir, con la razón, qué hacemos. Pero odiar no implica agredir, podemos buscar maneras de distanciarnos de esa persona o buscar medios de protección. Lo que sí es importante del odio es que nos informa de que, ante esa persona, estamos en peligro.
Sentir envidia tampoco es agradable y está tan mal vista que hasta hemos inventado el término de "envidia sana". La envidia, como cualquier emoción, es sana, lo que puede ser insano es lo que hacemos con ella. La envidia nos informa de que hay algo (una cualidad, un objeto, etc.) que tiene alguien que nosotros querríamos. Una ver que tenemos esa información podemos querer destruir al otro (desacreditándolo, criticándolo, etc.) o destruir su posesión, o bien podemos intentar todo lo posible por conseguirlo nosotros también. Así que la envidia puede impulsarnos a ser mejores.
Los celos nos hacen sufrir mucho, pero nos informan de una amenaza en la relación, de lo importante que es una persona para nosotros y de que por nada del mundo querríamos perderla. ¿Qué hacemos con ellos? Pues en ocasiones, lo que hacemos nos lleva precisamente a lo que queremos evitar: perder a esa persona. Lo inadecuado es lo que hacemos no lo que sentimos.
La ira nace de una frustración: esperábamos algo y no ha sucedido como queríamos. No nos han tratado como esperábamos; no han tratado con cuidado algo nuestro; no han respetado nuestro tiempo o espacio; no nos dedican el tiempo o atención que necesitamos; nos han engañado, humillado o decepcionado, etc. La ira tiene dos funciones: prepararnos para la acción y bloquear la acción del otro intimidándolo. Reprimir la ira provoca resentimiento y hostilidad, si la empleamos en reducir el obstáculo interpuesto en nuestros objetivos nos irá todo mucho mejor.
¿Y el miedo? Tiene una clara función de protección.
¿Y el aburrimiento? Que nuestro interés está en otro lugar.
Y así podríamos seguir.