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El sur también existe

El sur también existe
02/03/2022
admin

Publicado en La Gacetilla del CTP, nº12 Mayo 2008

Olga Dieguez


“No estaba sola, y eso, el poder reconocerse en la mirada de los otros,

marca la línea divisoria entre la marginación y la integración,

entre la serenidad y la locura”.

Rosa Montero


    En un corto periodo de tiempo he vivido dos situaciones que me han sorprendido e impactado vivamente. En ambas la aparición de un hermano "inexistente", en uno de los casos con toda su descendencia incluida. Nunca se había hecho referencia a ellos e incluso aparecían de menos en la cuenta del número de hermanos. Por vergüenza se les aniquiló como parte de la familia. Reconozco que me impresionó, y cuanto más lo pensaba, más parecido le encontraba con lo que la sociedad hace con los grupos marginales. Con la diferencia de que, si bien aquellos -los hermanos-,  tal vez por vergüenza o para no sufrir humillación, se mantuvieron al margen muy discretamente, los,  a mi entender mal llamados, "grupos marginales",  utilizan medios más molestos para, todo lo contrario, hacerse ver.

    Si por marginal entendemos algo que está al margen o fuera de algo, en este caso la sociedad, o bien algo de importancia escasa o secundaria,  considero que llamar a estos grupos marginales no es la forma más adecuada. Podríamos decir que no están dentro de lo socialmente valorado y admitido, pero sí forman parte de la sociedad y tienen sus necesidades concretas. Si en vez de pensar en ellos como grupos que están fuera de la sociedad los vemos como la expresión de algo que está sucediendo en ella ¿qué nos podrían estar diciendo? Nos limitamos a poner medidas coercitivas o punitivas para evitar, en la medida de lo posible, las consecuencias de la forma que han desarrollado para hacerse ver, pero eso es lo mismo que suprimir la fiebre para erradicar el síntoma y no tratar el problema real.

    A nivel individual el síntoma nos hace sufrir y la vida se vuelve más difícil. Pero lo que me interesa en este momento es la expresión y el significado del síntoma en los grupos, en la familia, en la sociedad, en grupos de trabajo, en asociaciones, etc. Porque, si a nivel personal nos incomoda y no podemos obviarlo, a nivel social nos resulta más fácil hablar de un miembro (o un grupo social) como chivo expiatorio y expulsarlo del grupo (o de la sociedad), y considerar que no forma parte de "nosotros". Esto, a su vez,  nos ofrece una estupenda  pantalla de proyección, donde podemos deshacernos de todo aquello que lo introyectado nos impide ver en nosotros mismos. Así nos encontramos con multitud de incoherencias que nos permiten justificar nuestro comportamiento a la vez que denunciamos eso mismo cuando lo vemos en el otro.

    Podemos entender el síntoma partiendo de dos principios básicos de nuestra teoría: la autorregulación organísmica y la concepción holística del ser humano. Si entendemos al grupo social como organismo, podemos aplicar a aquel estos mismos principios y así entender que el grupo social vive en un equilibrio inestable alterado constantemente por necesidades que atender, y considerar, por lo tanto, el desequilibrio como una señal de vitalidad de grupo.

    "La autorregulación es el proceso mediante el cual el organismo interactúa con el ambiente"[1]. Pero este intercambio con el entorno no asegura la perfecta satisfacción de la necesidad, pero sí que la solución alcanzada será la mejor posible dentro de las condiciones del campo, es decir, las posibilidades que el entorno ofrece junto con los recursos del organismo. Este proceso, que tenemos claro cuando nos referimos a la  fisiología,  es el mismo que sucede cuando hablamos de las funciones psicológicas o sociales.

    Como seres holísticos que somos nuestros pensamientos, emociones, sensaciones, nuestra respiración, movimiento corporal, etc. funcionan como un todo unificado, son distintas vías de expresión de un mismo acontecimiento. Según una persona viva un suceso lo va a expresar de forma fenomenológica, a través de su cuerpo (en su respiración, en la expresión de su cara, en su postura, en sus movimientos, en su rigidez muscular), al mismo tiempo, esta persona sentirá una emoción determinada y tendrá pensamientos que acompañen su vivencia y le den un significado.

       Llegados aquí podemos entender el síntoma como una forma de expresar lo que sucede en el campo, y a la vez como un ajuste creativo del  pasado, fruto de la autorregulación. Dice Laura Perls que "cualquier resistencia es originalmente adquirida como asistencia para algo"[2]. El síntoma ha sido una solución adecuada en el pasado, pero que hoy ha dejado de ser funcional y es fuente de sufrimiento.

       El síntoma es pues una creación, una forma simbólica o metafórica de expresar algo cuando otras vías han fallado. Pero es, a su vez, una creación "fallida" porque no nos devuelve el equilibrio. Como nos recuerda el PHG: "cuando ya no son de utilidad en el presente, el organismo mediante la autorregulación, se deshace de los efectos fijos del pasado [...] no es por inercia, si no mediante una función, como persiste una forma, y no es debido al tiempo que pasa, sino debido a la falta de función como una forma se olvida"[3].

      Pienso que los grupos sociales, y la sociedad en general, tienen unos valores, normas implícitas y explícitas, formas de comportamiento, costumbres que se han ido constituyendo a lo largo de la vida del grupo con el entorno en que se ha desarrollado pero, igual que un organismo vivo, no puede estancarse, porque moriría, y constantemente debe afrontar nuevos retos para sobrevivir con su entorno. Si bien es cierto que la evolución de las sociedades es más lenta que la de los individuos, no es menos cierto que aquella debe dar respuesta y cabida a las personas que lo integran y las nuevas necesidades.

        El grupo nos exige una actitud de confluencia si queremos formar parte de él. Para sentirnos integrados y apoyados por el grupo, se nos pide por un lado aceptar las normas, ser sumisos, dóciles y obedientes; por otro lado son rasgos socialmente valorados la creatividad, el ingenio, la iniciativa, la aceptación de retos, la participación activa e involucrada en las tareas y objetivos comunes del grupo. A mi me parece incompatible porque desde el momento en que debo conformarme y adaptarme a algo de una forma establecida ya no necesito pensar, ya no necesito dejarme sentir qué deseo, ni qué quiero, ni cuestionar la forma de hacer las cosas. Todo lo contrario, será más ventajosa para mí, si quiero evitar problemas, no pensar ni desear ni cuestionar.

        Si por naturaleza somos seres sociales  no podemos entender, en principio, un impulso humano que vaya contra la sociedad. Quizás no entendamos bien las cosas y pensemos que es antisocial lo que no es porque como nos recuerda Paul Goodman: "la lucha y la contestación son funciones auténticamente sociales  [...] la rebelión y el acontecimiento de los cambios fundamentales son asimismo unas funciones de tipo social"[4].

    ¿Cómo podemos entender, entonces, estas actitudes? Tal vez sea una solución cuando otras formas de expresión han fallado, cuando las necesidades no son escuchadas, cuando es más fácil excluir que tratar de descubrir el significado de lo que expresa, de analizar y entender qué nos ha hecho llegar aquí y cuales son nuestras prioridades.

        Tal vez  lo que llamamos falta de integración sea una imposibilidad por asimilar y digerir lo que la sociedad ofrece. Cuando hablamos de  integración lo hacemos siempre en una dirección, en la del modelo socialmente aceptado, sin tener en cuenta que la integración es un proceso de interacción e intercambio mutuo. ¿Es posible una sociedad integradora?.

        Creo que quedan muchas cosas en el aire y muchas otras por plantear. también creo que exceden el objetivo de este artículo.


[1] Perls, F.: El enfoque gestáltico. Testimonios de terapia, Santiago de Chile, Ed. Cuatro Vientos, 1994, pág. 21.

[2] Perls, Laura: "Una conversación con Laura Perls" en Viviendo en los límites, Valencia, Ed. Promolibro, 1994, pág. 27.

[3] PHG II, 5, 3, 5.

[4] Goodman, Paul: Problemas de la juventud en la sociedad organizada, Barcelona, Ed. Península, 1975, pág. 22.


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