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El color del cristal por el que miras

El color del cristal por el que miras
04/07/2019
admin

¿Es tan importante?

Creo que sí

¿Por qué?

En la repetición de los gestos contenemos el mundo: es como llevar de la mano a un niño, para que no se pierda.

Pero es que a lo mejor no se pierde. A lo mejor sólo se echa a correr un poco, y es feliz.

Yo no me haría muchas ilusiones al respecto

Y, además, tarde o temprano va a perderse, ¿no le parece?

"La esposa joven" Alessandro Baricco

Las emociones buscan expresarse, si hemos aprendido que hay una forma y lugar adecuados para hacerlo, lo hacemos, y si no buscamos la manera de apartarlas, de negarlas y de comportarnos como si no existieran. ¿Y cual es la forma más adecuada? Los niños expresan todo lo que sienten, y también registran cómo se comporta el entorno (papá y mamá) ante sus expresiones: cuando llora, cuando grita, cuando rompe el juguete, cuando pide un abrazo, etc. y, como el mayor miedo del niño es perder el amor de sus padres, a medida que va creciendo aprende a anular las expresiones que le ponen en peligro, que son aquellas que sus padres no toleraban. En seguida aprendemos las reglas de lo tolerable, lo deseable y lo prohibido, qué es adecuado hacer y decir, cuando, donde, cómo, con quién y bajo qué circunstancias. Todo esto va configurando lo que somos, lo que podemos ser, lo que queremos, lo que tememos, lo que es el mundo y nuestro modo de relaciones que el: va formando la Personalidad.

Si nos peleamos somos malos, si no compartimos un juguete, egoístas, si lloramos nos ridiculizan, si pedimos mimos somos ñoños, etc. Así nos encontramos con adultos que evitan los conflictos, que sienten vergüenza por llorar ante otra persona, o se sienten ridículos por expresar los afectos, o no saber decir NO, o niegan sentir determinadas emociones como el  odio, la ira, etc. ¿Qué hacemos? Crear mecanismos de defensa para no sentir las emociones e "ir tirando" hasta que nos desbordan, porque las emociones no desaparecen aunque aprendamos la manera de no sentirlas.

Un ejemplo: si un padre es excesivamente protector tendrá tendencia a percibir a su hijo como inquieto e intentará limitar su movilidad, no le permitirá tiempo para explorar, descubrir y experimentar. El niño percibirá su conducta como inadecuada, como peligrosa, como una amenaza y alienará su curiosidad, convirtiéndose con el tiempo, posiblemente, en un adulto sin iniciativa. Así se van cercenando las ramas del árbol.

La sociedad y la familia en la que nacemos, el entorno en que vivimos, influyen en el significado que aprendemos a asignar a lo que sentimos, en la emoción o forma de expresarlo al entorno, en lo que queremos y en lo que podemos esperar, en la importancia que asignamos a las cosas, en la manera de satisfacer una necesidad. A lo largo de la vida vamos configurando una serie de creencias, de representaciones, que configuran un "estilo de vida" organizado y coherente que nos caracteriza y utilizamos para el desarrollo de nuestros deseos y actos. Hay cosas que no podemos permitirnos  sentir porque desmantelaría la idea que tenemos sobre lo que somos. Si¡!, hasta nos impedimos desear aquello que hemos aprendido que no es adecuado. Este sistema de creencias se convierte en el cristal a través del cual percibimos al entorno y a nosotros mismos.

¿Qué hacemos en terapia? Cuestionar estas representaciones fijas, para ampliar la visión, poder quedarnos con lo que suma y buscar alternativas a lo que resta, probar a percibir la vida con el cristal de otro color.

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