“Por
desagradable que sea quiero oírlo. Quiero saber para comprender por qué no
quiero saber”. Mario Benedetti (Quien de nosotros)
Tendemos a pensar en la ansiedad como algo patológico y no es así. La ansiedad es un conjunto de sensaciones corporales que nos informa de que estamos ante un peligro potencial, una situación de posible riesgo, que puede estar referida a situaciones físicas, sociales, auto-imagen, autoestima, etc. en las que nos sentimos inseguro/as al no saber si podremos hacerle frente de forma airosa. Las sensaciones corporales se complementan con una activación de la memoria, la atención, la creatividad, entre otras facultades.
En situaciones nuevas ponemos en duda nuestras capacidades, nos sentimos con un pie en terreno conocido y otro en territorio nuevo. La ansiedad es señal de un desequilibrio percibido entre el reto y nuestros recursos, ante la posibilidad de que el nuevo ajuste fracase. Pero también cumple la función de mantenernos activo/as a la vez que nos indica la importancia que la situación tiene para nosotros/as. Si ante esta situación actuamos de forma adecuada nos encontramos con lo que podríamos llamar una ansiedad “sana” porque cumple la función de mantener nuestra integridad física o psicológica.
Las sensaciones físicas que acompañan a la ansiedad no son diferentes de las que aparecen cuando deseamos que algo ocurra o estamos ilusionados (nos vamos de viaje, vamos a ver a alguien que deseamos ver, estamos enamorados, etc.). Cuando a estas sensaciones le encontramos una razón que las justifique le solemos llamar ilusión, deseo, nervios, inquietud, etc. Pero cuando no encontramos la causa de las sensaciones las percibimos como desagradables y queremos deshacernos de ellas, olvidando la función que cumple.
Voy a poner un ejemplo: Imaginemos que tenemos que dar una conferencia, hacer un examen o una interpretación teatral. La energía y excitación aumentan para prepararse para el desafío y tenemos sensaciones que podemos llamar de nerviosismo, muy similares a la ansiedad. Es la activación corporal necesaria para estar atento/as a la tarea. Si esta excitación la descargamos en el presente entrando en acción, la energía se descarga, pero como tenemos que esperar a la hora de comienzo, lo la podemos descargar, se acumula y se experimenta como ansiedad o nerviosismo. Podemos usar el símil del coche: cuando encendemos el motor, si no lo ponemos a circular el coche vibra.
Diferente es cuando vivimos en una situación de ansiedad crónica, anticipando peligros permanentemente o percibiendo situaciones como amenazantes, cuando podrían no serlo, y reaccionando como si de verdad existieran, por ejemplo bloqueándonos en determinadas situaciones.
Esto nos sucede cuando tenemos que hacer una tarea y no nos ponemos a ello, no solo ensayamos sino que anticipamos todo tipo de catástrofes, y esta preocupación interfiere con la realización de la tarea, hasta ocasionar el fracaso que tanto tememos. Ante las expectativas catastróficas el cuerpo reacciona como si esa situación temida fuera realidad, impidiéndonos actuar, paralizándonos.
También nos sucede cuando ante una situación no sabemos qué hacer o, sabiendo qué hacer no sabemos cómo hacerlo o no nos sentimos capaces de hacerlo. La decisión transforma la emoción en excitación y acción; la indecisión hace que la emoción se transforme en parálisis y ansiedad. El problema está en abandonar el presente (la acción) y ocuparse del futuro (la imaginación).
Cuando esta situación se mantiene en el tiempo, perdemos la consciencia de lo que nos ha puesto en acción, pero el cuerpo no. No conocemos la razón por la que, o para la cual, estamos así, y perdemos el sentido que tiene, anclándonos en una situación de ansiedad crónica. En ocasiones lo que hay detrás es la consecución de objetivos que no son propios si no que responden a un guión fruto de mandatos familiares o sociales, o a un nivel de exigencia que nunca nos permite estar satisfechos.
La vida es cambio y crecimiento constantes, lo más saludable es aceptarlo y afrontarlo con confianza. En terapia nos centramos en los síntomas fisiológicos, los contextualizamos para entender en sentido que tienen en la vida de la persona, transformamos el impulso bloqueado en impulso activo, activamos la creatividad para, o bien encontrar soluciones o bien darnos cuenta y aceptar que nuestro objetivo es otro. Cuando sentimos que luchamos por lo que realmente queremos afrontamos las situaciones que se nos presentan y nos sentimos más competentes. El resultado es que mejoramos nuestra autoestima